
El silencio sonoro de la Palabra
Nuestra historia de hoy es sagrada cuando descubrimos que algo tienen que ver las historias bíblicas con nuestra historia de hoy. Estas páginas puede ayudar a descubrir el significado de todo lo que nos pasa a la luz de la Palabra y convertir nuestra vida en signo elocuente, en silencio sonoro de la presencia de Dios entre nosotros.
Para adentrarnos en esta tierra buena de la Palabra, en la que mana leche y miel, necesitamos, como el eunuco etíope (Hch 8,31), que nos las expliquen. Así, como Jesús hizo con los discípulos de Emaús, para que nuestro corazón se encienda en ascuas, en llamaradas de fuego que expresen que nuestra vida está marcada por el apasionamiento de los que han tenido un encuentro con Aquel que con su palabra ha venido a traer fuego en la tierra (Cf. Lc 12,49).
Este es el mejor antídoto para avivar nuestro fuego, para encender la indiferencia y la vida mortecina e insípida en la que con frecuencia nos movemos. Sólo las palabras del Señor nos mantienen vivos. Necesitamos cada día el mana de su presencia.
La Palabra siempre es débil, porque se pronuncia y se la lleva el viento, o porque no la entendemos, o porque el hombre que la pronuncia no tiene con qué respaldarla y se calla, o porque quien espera que la oiga y la acoja cierra el oído y endurece el corazón. Pero nada más fuerte y consistente que la Palabra. No olvidar que la escucha atenta de la Palabra tiene siempre consecuencias en la propia vida, y su “vocación” es fecundar, transformar la vida de los hombres de modo que cada vez sea más filial y fraterna, más parecida de aquel que existió como Palabra de Dios.
Son, pues, palabras que pretenden señalar senderos a recorrer para que pueda darse en cada uno ese diálogo que tuvo la samaritana con Jesús a solas, que lleve a compartir con los otros todo aquello que va haciendo con nosotros hasta que su salvación llamee como una antorcha.
¡Ojalá que sus palabras nos pongan en ascuas y nos enciendan! Nuestra vida se llenará de confianza, de sabiduría y de esperanza.
