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Érase una vez...” así es como me gusta presentar este relato que narra  la vida colectiva y los procesos personales e íntimos de muchos de nosotros que pertenecemos a las Comunidades Parroquiales Vicencianas. Jesucristo se nos ha hecho cercano y nosotros lo hemos acogido en nuestras vidas a través de relatos. Jesucristo es el relato de Dios. Su relato escuchado da origen a otras narraciones. “Lo que hemos escuchado... lo narraremos”, dice el salmo 78 (v.3-4). Una comunidad creyente es siempre una comunidad narradora, una comunidad que comunica su experiencia y la convierte en experiencia de aquellos que la escuchan.

"Érase una vez...” porque todo esto tiene una historia, unos comienzos, y una vida plasmada y encarnada, un fruto maduro. Es un gozo que mana de la alegría del Espíritu y que necesita uno contar. Los que tenemos la suerte de haber sido espectadores y colaboradores de esta acción del Espíritu entre nosotros, nos vemos asombrados y pasmados ante el fruto que hoy nace. Los comienzos se adentran en la sensibilidad del Concilio Vaticano II y en los deseos de la nueva evangelización. Como ciegos que ven hemos ido realizando “un lúcido andar a tientas” a lo largo de más de veinte años de alumbramiento. Hoy podemos ver perfilado un camino, lleno de gratuidad, de libertad y terquedad, de alegría pascual; una senda en nuestro seguimiento al Señor para ser fermento de fraternidad en la Iglesia y en el mundo, servidores de los pobres para “hacer efectivo” el Evangelio según el espíritu vicenciano.
“Érase una vez...” así hemos de comenzar a leer este relato para dejarnos cautivar en nuestra atención, despertar la propia imaginación y tratar de dar vida a las palabras que vamos a escuchar. Este relato de nuestra identidad está llamado a ser una melodía del Espíritu que provoque cantos nuevos de esperanza para los pobres. Lo nuestro será guardar en nuestro corazón el misterio secreto de las palabras escuchadas y cumplidas, para que, como María, fructifiquen en nosotros. Eso nos permitirá tener un conocimiento interior que nos implica y nos transforma. Leer asiduamente este relato será como volver a casa, como volver a ese “lugar de atracción” que nos haga recuperar fuerzas, ser fieles a nuestra identidad de Comunidades Parroquiales Vicencianas.
“Érase una vez...” así es como el pueblo expresa lo que ha vivido y es la fuente de sus esperanzas.
El Maestro impartía su doctrina en forma de parábolas y de cuentos, que sus discípulos escuchaban con verdadero deleite, aunque a veces también con frustración, porque sentían necesidad de algo más profundo.
 Esto le traía sin cuidado al Maestro, que a todas las objeciones respondía:
 -Todavía tenéis que comprender, queridos, que la distancia más corta entre el hombre y la verdad es un cuento.
 En otra ocasión les dijo:
 -No despreciéis los cuentos. Cuando se ha perdido una moneda de oro, se encuentra con ayuda de una minúscula vela; y la verdad más profunda se encuentra con ayuda de un breve y sencillo cuento.
             Mirad, a nosotros nos puede pasar lo mismo que a los discípulos del Maestro del relato, que al acercarnos al relato de nuestra identidad nos pueda producir cierta frustración porque no nos parece muy profundo, porque nos dice cosas que ya sabemos porque las hemos oído muchas veces. Pero la verdad de nuestra vida, más que en tratados profundos y novedosos la podemos ver en este pequeño relato de nuestra identidad.
 El relato de nuestra identidad nos ayuda a vivir y a estar vivos porque nos sitúa en el centro de nuestra experiencia, de lo que hemos vivido y lo que estamos llamados a vivir.
 El relato de nuestra identidad puede producir en nosotros el descubrimiento de la novedad de Dios para nosotros, esa que hemos vivido y que nos abre permanentemente a la sorpresa de los caminos de Dios, que siempre son distintos de los nuestros, porque el Espíritu sopla donde quiere.
¿Cómo releer nuestro propio relato?
El Maestro era partidario tanto del aprendizaje como de la Sabiduría.
-El aprendizaje -contestó cuando los discípulos le preguntaron- se adquiere leyendo libros o asistiendo a conferencias.
-¿Y la sabiduría?
-Leyendo el libro que cada uno es.
Y como si se le ocurriera de pronto, añadió:
-Claro, que no es una tarea fácil en absoluto, porque cada minuto del día supone una nueva edición del libro...
             La parábola es nueva cada vez que se anuncia. Cada oyente la escucha de una forma. A cada uno le puede ayudar a leer lo que él es. Por eso es nueva cada día. Y siempre hemos de aplicárnosla a nosotros mismos.
             Así hemos de releer nuestro propio relato, pues así es como hemos de poder seguir narrando creativamente nuestra vida, y seguir cantando cantos nuevos.
 ¿Cómo hacer para que los relatos nos alcancen?
       Le decía un viajero a uno de los discípulos:
-He recorrido una enorme distancia para escuchar al Maestro, pero sus palabras me han parecido de lo más vulgar.
-No debes escuchar sus palabras. Escucha su mensaje.
-¿Y cómo se hace eso?
-Toma una de las frases que él diga y agítala con fuerza hasta que se desprendan todas las palabras. Lo que quede hará que arda tu corazón.
            Las formulaciones de  todo nuestro relato son eso, formulaciones, que no pasan de ser vulgares porque ya son conocidas. Pero la clave de todo será que despojemos las formulaciones de sus palabras, que tratemos de conectar con la experiencia a la que nos remiten y tratemos de hacerla vida en nosotros. Eso será lo que nos permitirá tener vivo el corazón y encendido.
¿Qué es lo que en realidad pretende este relato?
 En realidad, se trata de un dejarnos atraer, porque todo en nuestra vida, comenzó por una atracción que nos sedujo. Volver a esta fuente, a este lugar de atracción es permitir que el Señor nos siga llevando al desierto para hablarnos al corazón y enamorarnos de nuevo.
 Es un relato germinal, con la belleza y la frescura de lo original y lo arcaico. No lo dice todo y lo que sugiere sólo lo entenderemos cuando nos pongamos a vivirlo.
 En realidad, como el Evangelio, pretende alumbrar el ideal de vida que el Espíritu nos permite barruntar y alumbrar entre nosotros. Lo nuestro será dejarnos atraer por ese ideal de vida. No para engendrar en nosotros frustración, sino para mantenernos en continua conversión y maduración en el amor.
¿Cómo leerlo en concreto?
    El relato de nuestra identidad puede servirnos para hacer:
 una lectura pausada que nos permita meternos en el relato.
una lectura comprensiva, tratando de mirar el relato desde cerca y desde dentro.
momentos de oración prolongada que posibilite un tiempo para dejarse atraer.
comentarios e intercambios en las comunidades que posibilite comunicarnos.
Así es como esta melodía silenciosa del Espíritu hará elocuente el hablar de Dios y trasparente su presencia. Nos llevará a saber, sobre todo, que Dios nos ama. Y sabemos que sólo el amor estrena identidades.

En la fiesta de San Vicente, 27 de Septiembre de 2003

                            Jesús Miguel Hurtado Salazar

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